Tras pasar unos minutos de aburrimiento máximo y extremo he recordado una situación que viví no hace mucho en la universidad. Estudio tercero de periodismo y en una de mis clases el profesor pidió que levantasen la mano los que tuviesen blog. No sé muy bien qué idea se le pasó por la cabeza para que de repente, cambiase la expresión de su rostro y achinase los ojos antes de decir: “mejor levantad la mano los que no tenéis”. Fuimos muy pocos los que alzamos el brazo con timidez y quizá un poco de vergüenza y miramos con miedo al profesor esperando que nos dijese que lo nuestro no era normal. Y efectivamente, así fue. ¿Sabéis que estudiáis periodismo? pregunto sin reparos, y como si ya estuviese todo dicho, se dio la vuelta y caminó hacia el frente de la clase para continuar con la explicación. La verdad es que no había mucho más que decir y más palabras habrían sobrado, o por lo menos para que yo me plantease seriamente abrirme uno de estos. Y bien, aquí estoy, escribiendo lo que se me pasa por la cabeza en una tarde taciturna de domingo en la que mi desgana desemboca en lo de siempre, en escribir mis raciocinios en un documento de Word, con la diferencia de que esta vez no quedará enterrado en una carpeta de Windows. La verdad es que es bastante inusual que alguien tenga un archivo donde guarda sus reflexiones y no tenga un blog, quizá sea vagancia o quizá estupidez, pero al margen de descifrar la solución y explicación al porqué de esta pregunta, hoy debuto aquí para hacer públicos o medio públicos los textos que escribo en mis ratos de aburrimiento.
En este espacio pretendo publicar
mis “producciones”, por llamarlo de alguna forma, tanto en materia académica
como personal. Con esto quiero decir que lo que aquí presento es una especie de
cajón de sastre donde colgaré tanto pensamientos interiores como artículos de
opinión sobre temas de actualidad o algún trabajo que realice y que considere
interesante publicar.
Y con esto me despido, antes de
que se me pase la hora de empezar a arreglarme para salir a cenar y me vea
obligada a contar alguna mentirijilla de esas en las que reduces
considerablemente el tiempo y la longitud de lo que te queda para llegar al sitio
en cuestión, o en su defecto, me vea obligada a decir que tenía el reloj en
hora canaria, que al venir me he encontrado a un viejo amigo de un campamento, que
de los veinte semáforos que había en el camino diecinueve me han pillado en
rojo, o que había un dinosaurio en la puerta de mi casa impidiéndome salir.
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